Mandalay
Despedida de Myanmar
01.06.2013 - 03.06.2013
35 °C
View
Vuelta al mundo
on gacela's travel map.
Mandalay es la ciudad más importante del norte de Myanmar y a pesar de su exótico nombre el lugar es más bien una sucesión de calles en cuadrícula sin mucho encanto. Aún así, cuenta con algunos sitios dignos de visitar (templos budistas, como no podía ser de otra manera) y con el impresionante río Ayeyarwady. En todo caso, al tratarse del principal centro de transporte de esta región del país, acabé pasando 3 interesantes días sueltos en la ciudad, que he decidido compilar en un único post.
Mi primera parada en la ciudad me llevó hasta U Bein, donde se encuentra el puente de teca más largo del mundo. Llegamos a este icónico lugar antes de las 5 de la mañana, aprovechando que el autobús nocturno de ese día nos había soltado en la estación a esas horas intempestivas. Así, vimos cómo el sol iba iluminando el horizonte a la vez que el puente cobraba vida con monjes y lugareños cruzando de un lado a otro.
La segunda incursión en Mandalay fue sobre 2 ruedas, ya que alquilé una bicicleta y me dispuse a recorrer la ciudad enfrentándome con el intenso tráfico y los cruces sin semáforos. Nunca lo hubiese imaginado, pero resultó una experiencia divertida y una manera estupenda de recorrer la ciudad, que en bicicleta no parece tan inmensa. En este recorrido fui hasta el monasterio budista de Shwe In Bin Kyaung, cuyo templo principal está construido en teca y cuenta con unos relieves preciosos, también en madera. Se trata de un lugar muy tranquilo, por lo menos durante mi visita no había ni un turista y apenas vi un par de monjes relajándose a la sombra con el periódico.
La siguiente parada en la ruta ciclista me llevó hasta un extraño mercado de jade, que estaba a rebosar de gente y donde las transacciones se hacían en unas mesas de plástico. Aquí lo mismo te encontrabas a una vendedora con 3 piedras ridículas que a un magnate del negocio con la mesa llena de billetes y jades del tamaño de un puño. La verdad, no logré entender en qué consistía este negocio que parecía tener fascinados a los locales. Con la cabeza aún dándome vueltas sobre el jade y sus virtudes, me acerqué al templo más importante de la ciudad, Mahamuni Paya. Los alrededores del lugar estaban llenos de artesanos de la piedra, que trabajaban sobre todo en estatuas de Buda (como no podía ser de otra manera). Y dentro del templo se encontraba un pequeño Buda sentado cubierto de oro. Las capas y capas de pan de oro que ha ido acumulando hacen que el Buda apenas se pueda apreciar. Sin embargo, para ayudar en esta tarea hay cámaras que lo enfocan constantemente y televisiones planas por todo el templo que retransmiten tan interesante imagen fija.
Mi tercer día en Mandalay fue, sin duda, el más movido, ya que alquilé una moto con conductor para que me llevase a los sitios más alejados de la ciudad. Primero cruzamos el río Ayeyarwady para visitar la colina de Sagaing, cuyas decenas de estupas y pagodas doradas resultan más impresionantes de lejos que de cerca. Subí hasta uno de los templos en lo alto de la colina y con la lengua fuera disfruté más de las vistas que del colorido Buda que adornaba la sala principal.
Una vez recuperado el aliento, volví a la moto y fuimos por una pequeña carretera bordeando el río y cruzando poblados formados por casas de bambú hasta llegar a Mingun. Las estupas de este popular pueblo no me parecieron demasiado impresionantes (después de semanas en el país estaba ya un poco saturada de templos budistas), pero podéis opinar vosotros mismos:
De vuelta en la ciudad, ya sólo me quedaba subir hasta la colina de Mandalay. Agradecí bajarme de la moto, pues tenía ya el culo cuadrado, a pesar de los cientos escalones que me esperaban. La subida a lo alto de la colina fue toda una experiencia, con multitud de tiendas de souvenirs horteras y mujeres preguntándome si quería agua (empecé a cuestionarme por qué todas las dueñas de tiendas de bebidas en Myanmar eran mujeres). Además, al final de cada tramo de escaleras, había un templo diferente, aunque, de nuevo, lo mejor eran las vistas de la ciudad desde arriba.
En lo alto de la colina, mientras disfrutaba de la puesta de sol, conocí a dos birmanas encantadoras, estudiantes de medicina, con las que estuve charlando hasta que se fue el sol y tuvimos que bajar. Sin embargo, como se nos habían quedado temas en el tintero, nos fuimos a cenar juntas. Pasamos una tarde muy divertida en la oscura Mandalay, donde las calles apenas están iluminadas y te puedes encontrar cosas curiosas como esta ¿gasolinera? atendida por un oso-lámpara.
Mi despedida de la ciudad y de Myanmar no pudo ser mejor. Hasta experimenté una de las maravillas del sudeste asiático, consistente en ir 3 personas, como mínimo, en un scooter. Siempre me pregunté cómo lo hacían y cuando mis nuevas amigas se ofrecieron a llevarme hasta mi hotel, me pareció una locura, pero acepté y allí fuimos las 3. Menos mal que me dejaron en el medio, que era el sitio más cómodo y que sólo tuvimos que recorrer unas pocas manzanas.
A la mañana siguiente terminaba mi visado de 4 semanas en Myanmar y me despedí con mucha pena de este increíble país, que puede que no tenga los paisajes más espectaculares del mundo, pero cuyos habitantes sin duda se encuentran entre los más hospitalarios.
PD: Aunque ya estoy en España, todavía me quedan muchas historias que contaros de los últimas semanas de mi viaje, así que no os vais a librar de mí tan fácilmente. En todo caso, las fechas del momento exacto en el que estuve en cada sitio aparecen al comienzo del post, justo debajo del título.
Posted by gacela 03:38 Archived in Myanmar Tagged templos ciudades estupas Comments (0)