Bukit Lawang
Paraíso de los orangutanes
26.08.2012 - 31.08.2012
30 °C
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Vuelta al mundo
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Bukit Lawang es un minúsculo pueblo en el borde de la selva de Sumatra que debe su fama a una reserva de orangutanes. Estos primos segundos nuestros sólo viven en libertad en dos islas en todo el mundo, una es ésta y la otra Borneo. De hecho, orangután es una palabra indonesia (o malaya, que es lo mismo) que significa "hombre de la selva". La vida del pueblo se desarrolla en torno al caudaloso río que lo cruza y donde la gente local hace la colada, friega los platos y se baña, mientras los niños aprovechan para jugar, lanzándose corriente abajo con unos flotadores hechos de restos de neumáticos. El sonido del río es tan fuerte que todas las noches me daba la impresión de que estaba lloviendo a raudales y me levantaba sorprendida de no encontrarme todo encharcado.
Además de ver la vida pasar junto al río, otra de las atracciones de Bukit Lawang es una cueva llena de murciélagos y de estalactitas y estalagmitas. La cueva me gustó bastante, pero tanto o más interesante me pareció el camino para llegar hasta allí, pasando por plantaciones de árboles del caucho y una reserva/jardín botánico con varios senderos y mucha información sobre especies locales.
Para explorar en profundidad la selva, Daniel y yo nos unimos a un tour de 2 días. La aventura comenzó cruzando el río en una canoa enganchada a cada orilla por unas cuerdas, que digo yo que ya podían haber construido un puente aquí con la cantidad de gente que cruza. Pero bueno, pasamos con el culo mojado y listos para empezar la caminata.
A quien no le gusten los simios puede dejar de leer ahora (ésto va por mi madre) porque las siguientes páginas están dedicadas casi en exclusiva a estos fantásticos animales. La primera parada fue nada más cruzar el río, en la reserva de orangutanes a la hora de la comida. Aquí un encargado les entrega plátanos y leche, que beben de una taza sin ningún complejo. Esa mañana se acercaron un orangután hembra con su bebé y, después, un macho, que acaparó todos los focos con su impresionante presencia (¡qué bicho más grande!). Los pobres monos más pequeños tuvieron que conformarse con los restos.
En las fotos no se aprecia del todo lo ágiles que son los orangutanes, ya que utilizan indistintamente manos y pies para agarrarse a las ramas y moverse de un lado a otro. Resultaba increíble cómo los árboles aguantaban su peso. Y las caras que ponían mientras se comían los plátanos o nos miraban parecían completamente humanas. En fin, espero que los vídeos os den una idea.
Nos hubiésemos quedado allí todo el día, pero teníamos una larga caminata por delante y mucho que explorar en la selva. Fuimos por un estrecho y resbaladizo camino durante un par de horas, en las que vimos algunos árboles enormes, unos pequeños monos que sólo viven aquí (les llaman monos punkies por la cresta, pero el nombre científico es mono Thomas Leaf) y estos extraños bichos de la foto, que viven en la corteza de los árboles. No hace falta decir que a los 10 minutos de empezar ya estábamos todos empapados en sudor y que la humedad y las subidas y bajadas continuas nos tenían destrozados.
Cuando nos estábamos ya acostumbrando a caminar por la selva, nos encontramos con una orangután enorme y su cría en mitad del sendero. Era una vieja conocida de nuestros guías, con los que había tenido algún encuentro desagradable en el pasado. Para poder continuar no nos quedó más remedio que pagar el peaje y darle a la orangután unos cacahuetes. Sin embargo, la distracción duró poco y sólo la mitad del grupo pudo pasar antes de que la bicha volviera a su puesto de guardia. Al final, hizo falta media piña para alejarla del camino y aún así, después de pasar todos al otro lado, decidió que éramos una buena fuente de comida y comenzó a perseguirnos. Fue un momento surrealista, los 5 turistas más uno de los guías caminando a toda velocidad (o lo más deprisa que podíamos teniendo en cuenta el terreno) sin mirar atrás y el otro guía en la retaguardia vigilando a la orangutana. Los guías se comunicaban por móvil y no paramos hasta que le perdimos la pista. Sinceramente, nunca pensé que acabaría corriendo por la selva perseguida por un orangután.
Después de la frenética persecución, hicimos un picnic junto a un pequeño río, donde repusimos energías para seguir camino. Ya no tuvimos más aventuras, pero sí pudimos disfrutar con más tranquilidad de la selva y sus habitantes, incluido este pequeño camaleón, unas sanguijuelas realmente diminutas y unos monos chillones cuyos gritos nos acompañaron durante un buen rato.
Al llegar al campamento junto al río nos esperaba una grata sorpresa, una orangutana mucho más amable también vivía allí e hizo las delicias de todos los turistas, que no pudimos dejar de hacer fotos de ella y su cría. Tampoco parecía molestarle que nos acercáramos y, de hecho, a la hora del café se pertrechó en una rama encima de nuestras cabezas y cuando nos despistamos un momento, nos robó la leche condensada (¡qué tía más lista!) Supongo que tanta azúcar no debe ser nada bueno para un orangután, pero no iba a ser yo quien tratara de quitárselo. Sobre todo, viendo la cara de placer que puso cuando empezó a chupar de la lata.
El campamento estaba de lo más animado, con 3 grupos de turistas, unos monos pequeños que intentaban pillar restos de comida, la orangután y su cría que iban y venían a su antojo y un lagarto gigante embarazado que también decidió darse una vuelta por allí. En fin, que no nos aburrimos pese a la falta de electricidad.
Esa noche dormimos todos juntos en el suelo bajo una carpa, que nos protegía ante la posibilidad de lluvia, aunque no de los bichos de la selva. Las colchonetas que nos dieron no eran muy mullidas y nos levantamos un poco doloridos, a lo que se unieron las agujetas de la caminata del día anterior.
De esta manera, mis compañeros de tour decidieron pasar la mañana descansando y dándose algún chapuzón en el río, mientras yo me iba con un guía a explorar un poco más en profundidad la selva. En la primera subida ya me pesaban las piernas y empecé a preguntarme si no había tomado la decisión equivocada. Las dudas se despejaron cuando divisamos a un orangután en lo alto de un árbol. Aunque ya había visto varios el día anterior, éste era el primero realmente salvaje con el que me cruzaba. Estaba claro que nuestra presencia no le hacía mucha gracia porque se encondió entre las ramas y mantuvo la distancia. Parecía que nos mirara con una mezcla de curiosidad y desconfianza. El guía me aseguró que había tenido mucha suerte porque no era habitual encontrarse con orangutanes que no estuvieran habituados a la presencia humana, especialmente, tan cerca del campamento. Así que fue un momento muy emocionante.
Después regresamos al punto de partida, no sin antes detenernos en un par de cascadas y vadear un riachuelo. Por cierto, el agua estaba congelada, así que no me metí más allá de la rodilla, a pesar de la sudada y de llevar 2 días sin ducharme.
Como despedida del campamento se presentó un gibón negro, que nos dio todo un espectáculo balanceándose de una rama a otra con sus largos brazos. La vuelta a Bukit Lawang fue haciendo rafting en el río, pero en lugar de balsa, íbamos en unos flotadores neumáticos atados entre sí. Así, tampoco tuvimos que remar, pues la corriente nos llevaba y los guías se encargaban de dirigir esta extraña embarcación.
Bukit Lawang me pareció un lugar precioso y supuso una estupenda despedida de mis aventuras en Indonesia. Mi visado de turista estaba a punto de expirar y me esperaba un nuevo país.
Posted by gacela 22:46 Archived in Indonesia Comments (2)