Campo Base del Everest - Parte 3
Despedida del Himalaya y regreso a la civilización
12.05.2013 - 21.05.2013
10 °C
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Vuelta al mundo
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Después de cruzar Cho La, llegamos al impresionante valle del Goyko, uno de los lugares más espectaculares de todo el parque. Para empezar, la nevada de la noche anterior había cubierto de blanco el glaciar que teníamos que atravesar ese día y que relucía bajo el sol que tuvo la buena idea de brillar esa mañana.
El recorrido de ese día nos llevó más tiempo del previsto, entre miles fotos y guerras de bolas de nieve. Además, había que caminar con cuidado porque el sendero resbalaba de lo lindo (alguno de los inconvenientes de la nieve). El camino nos obsequió con unos paisajes preciosos, incluido algún que otro pequeño lago de un verde intenso, donde se reflejaban perfectamente las montañas circundantes.
Y así llegamos hasta el pueblo de Goyko, cuya belleza nos dejó con la boca abierta. Situado junto a un lago de color verde esmeralda y rodeado de montañas, este pequeño pueblo dedicado casi en exclusiva a atender a los turistas se encuentra en una localización privilegiada. Siguiendo el valle hacia el norte se encuentran los picos más altos del Himalaya, como el Cho Oyu que sale en la foto.
Hacia allí nos dirigimos por la tarde y tuvimos la inmensa suerte de encontrar un cielo despejado (lo más normal en el parque es que las tardes estén nubladas). De esta manera, pudimos apreciar el Everest desde una perspectiva distinta, además de disfrutar de vistas maravillosas de otras muchas montañas que sobresalían a ambos lados del glaciar que habíamos cruzado esa mañana.
El día siguiente fue de descanso forzoso, ya que nuestros planes de subir al pico Goyko se vieron frustados por el mal tiempo. Por otro lado, tampoco nos vino mal el reposo después de 10 días de caminata ininterrumpida. Por suerte, el día siguiente amaneció soleado y pusimos rumbo al paso Renjo. Las vistas desde lo alto de este sendero a 5.350 metros sobre el nivel del mar fueron espectaculares. Con el lago en la base y todas las montañas (Everest incluido) alineadas detrás, fue, sin duda, uno de los momentos más increíbles de todo el recorrido.
Allí arriba nos despedimos del techo del mundo y las demás montañas que nos habían estado acompañando en los últimos días, pues el siguiente valle nos llevaría lejos del corazón del Himalaya. El paisaje al otro lado de Renjo La era mucho más modesto. Y, para no cambiar la costumbre, las nubes nos rodearon al llegar a la cima y en nuestro descenso hacia el otro lado.
A pesar de apenas contar con vegetación, en este valle empezamos a toparnos de nuevo con pueblos de verdad, en los que la gente se dedica a la cría de yaks y a la agricultura. Esto último sólo cuando llegan las lluvias del monzón, ya que el resto del tiempo no crece nada en estas latitudes.
Ahora nos tocaba descender todo lo que habíamos ascendido con tanto esfuerzo en los días anteriores. Ir cuesta abajo es sin duda más sencillo, especialmente cuando notas que cada vez tus pulmones se llenan con más oxígeno al respirar. Además, el paseo por este nuevo valle resultó de lo más agradecido porque era una preciosidad: pueblos de piedra rodeados de ríos, cascadas, monasterios y rododendros.
De esta manera, 16 días después volvimos a Lukla, el punto de partida de esta aventura por las montañas. Aquí podría haber cogido un avión de regreso a Katmandú, pero el mal tiempo había impedido despegar a las avionetas durante 3 días y había cientos de personas en la lista de espera para volar. Los más afortunados (o, mejor dicho, los más pudientes) regresaban en helicópteros, pero al resto no les quedaba más remedio que esperar a que mejorase el tiempo. En todo caso, me pareció mucho más interesante (y barato) caminar hasta el pueblo más cercano con una carretera. En definitiva, que empezamos una nueva mini-aventura de 5 días.
El sendero hasta Salleri, que así se llama el pueblo con transporte terrestre, me pareció mucho más duro que el que nos llevó hasta el mismísimo Everest. Primero descendimos 1.500 metros (ésto me pareció estupendo), para luego ascender 1.000 metros sin descanso (lo que no me pareció nada bien), para luego volver a bajar hasta la cuenca de un río e, inmediatamente después, volver a subir una cuesta infinita. Al cabo de 2 días de caminata, estábamos más arriba que donde habíamos comenzado y yo no hacía más que preguntarme por qué no había esperado a que una avioneta me llevase cómodamente hasta la capital. Además, el tiempo no nos acompañó y, excepto por algún momento de sol en las mañanas, tuvimos que caminar bajo un cielo cubierto de nubes, con alguna ocasional lluvia torrencial.
Por otro lado, y como consecuencia de la lluvia, el camino era un barrizal resbaladizo, donde el barro se mezclaba con la mierda de burro de las infinitas caravanas que transitaban por allí. Eso sí, el paisaje de estas colinas era verdísimo y los pueblos tenían mucha más vida que los que encontramos montaña arriba. Aquí la gente hacía su vida, principalmente en los campos de cultivo que salpicaban las laderas, sin preocuparse de los escasos senderistas que pasábamos por allí.
El tercer día amaneció por fin con un sol espléndido y ese último día de caminata (llegamos esa misma tarde a Salleri) atravesamos un bosque increíble, donde un panda rojo cruzó el sendero a toda velocidad unos metros por delante de mí y me dio un susto de muerte. No me dio tiempo ni a hacer el amago de sacar la cámara de fotos, aunque el panda no me impresionó demasiado, ya que este tipo nada tiene que ver con el inmenso blanco y negro que asociamos con el nombre de panda. Se parece más bien a un mapache, con el cuerpo en tono rojizo, las patas oscuras y la cara y la cola de un marrón más claro y con manchas blancas. En todo caso, un encuentro fugaz, pero interesante.
Una vez en Salleri ya sólo nos faltaba encontrar transporte hasta Katmandú, que, aunque en el mapa parecía estar cerca, la realidad de las carreteras nepalíes decía otra cosa. Para evitar pasar 18 horas apretujados en un jeep destartalado, decidimos dividir el trayecto en dos partes. De esta manera, de madrugada cogimos un jeep hasta la capital de la región, lo que nos llevó 6 horas por una carretera de montaña llena de baches y charcos bajo una llovizna perpetua. Pasamos la tarde en esta ciudad, donde la gente nos miraba extrañada y, tras reponer fuerzas en el único hotel de la zona, a la mañana siguiente pusimos rumbo a Katmandú en un autobús.
Las 14 horas en autobús fueron una experiencia en todos los sentidos. Para empezar, nunca hubiese pensado que esa carretera sin asfaltar podía ser transitada por un autobús (y, de hecho, cuando empieza la época de lluvias se cierra al tráfico). El camino serpenteaba montaña arriba y abajo, con algunas zonas donde apenas cabía el autobús y siempre un barranco en alguno de los lados, a veces con una valla de bambú a modo de quitamiedos (a mí, desde luego, no me quitó el miedo para nada). Al cabo de unas horas llegamos hasta un valle y el cambio de temperatura fue considerable. Además del calor, el polvo llenó por completo el interior del autobús y nos cubrió de los pies a la cabeza, casi podíamos masticarlo cada vez que abríamos la boca. Por otro lado, en un momento del recorrido noté que estaba entrando agua por la ventana y me costó un par de segundos darme cuenta de que era el pis de las cabras que viajaban en el techo del autobús. En pocas palabras, una cabra me había meado encima!! En todo caso, el camino me pareció muy interesante, ya que nos dio la oportunidad de echar un vistazo a una preciosa zona de Nepal donde el tiempo parece detenido y no saben lo que es un turista.
De esta manera, volví a Katmandú 3 semanas después con ganas de no moverme de la cama nunca más, excepto para comer y beber cerveza. Y, más o menos, eso fue lo que hice en los días siguientes. Por otro lado, me daba la sensación de que toda la caminata por el Himalaya había sido una especie de sueño, así que menos mal que las fotos me recuerdan que realmente he estado allí disfrutando de cada impresionante paisaje.
Posted by gacela 03:40 Archived in Nepal Tagged himalaya montañas paisajes pueblos Comments (0)